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M.J. Carmona
Sábado, 24 de mayo 2025, 18:15
A sus 80 años, María Teresa Cuesta Jimeno, más conocida como Sorma, se despide de las aulas del colegio Santísima Trinidad tras 35 años dedicados a la enseñanza en este centro. Lo hace con la misma pasión, energía y cariño con los que ha acompañado a generaciones de estudiantes, en una ceremonia de graduación que quedará grabada en la memoria de quienes la vivieron.
Profesora de Historia y de Arte, exigente y profundamente querida, Sorma -una acortación cariñosa que proviene de Sor María Teresa- ha sido durante décadas una figura clave en la formación académica y personal de sus alumnos. «Gracias de todo corazón, por escucharnos siempre que lo hemos necesitado. Gracias por confiar cuando ni nosotros mismos lo hacíamos», expresó una alumna en nombre de todos durante el acto, antes de añadir que lo aprendido con ella «no ha sido solo historia».
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La ceremonia de graduación de Segundo de Bachillerato fue el escenario elegido para su despedida oficial. En su discurso, Sorma habló del esfuerzo, del valor de ser buenas personas, de los fantásticos que son todos los alumnos de la promoción. Con palabras «llenas de afecto y cariño, que deseo que suenen a fiesta, que no suenen a tristeza aunque indudablemente comparten algo de nostalgia porque evidentemente algo se está acabando entre nosotros», comenzaba. Destacaba la importancia de atreverser en cada nueva etapa; que «en esta vida todo es un terminar y un comenzar».
El momento más emotivo llegó al final, cuando sus palabras se quebraron al decir: «Por eso es hora de que vosotros y yo digamos adiós, y aunque las despedidas son tristes prefiero hacerlo con vosotros, nos vamos juntos. Hola a una nueva aventura que nos espera a vosotros y a mí».
Los aplausos llenaron el auditorio, y al terminar, fue la encargada de entregar las bandas de graduación. Después, al subir todos al escenario para hacer las fotos de grupo los alumnos le tenían una sorpresa preparada para entregarle un cuadro con las huellas de todos los alumnos, un regalos simbólico que prometió tener siempre presente.
Entre lágrimas y risas, ella devolvió el gesto con la cercanía de siempre: «Me he sentido acogida, no me costaba nada acogeros, estar cerca y apoyaros. Me da pena despedirme de chicos tan maravillosos, de otros años también, pero este año están más reciente», dijo entre risas. Al salir del acto, alumnos y profesores le prepararon un pasillo en el patio del colegio, que cruzó con una sonrisa entre aplausos, vítores y emoción compartida.
Sorma no solo enseñó historia y arte; también hizo historia. Basta recordar cómo, en la excursión del año pasado a Nápoles, fue ella quien lideró la subida al Vesubio. Así ha sido siempre: al frente, acompañando y sin dejarse un momento por vivir.
Ya fuera del aula, explicó lo que la ha mantenido tantos años en pie de clase: su vocación. «Es lo único que da sentido a haber seguido dando clases hasta los 80», confiesa. También reconoce que, con los años, ha tenido que reformular su forma de enseñar, adaptarse y seguir aprendiendo aunque ella afirma: «nunca me he cansado, a mí las generaciones nuevas nunca me han parecido unas peores que otras, también he aprendido yo de todas», afirmaba.
En el día de su jubilación, Sorma no solo cierra una etapa. Nos abre un pedacito de su memoria y de su corazón para recordarnos que enseñar no es solo una profesión: es una forma de vivir. Su huella queda en cada pasillo del colegio, en cada anécdota compartida y, sobre todo, en el recuerdo imborrable de todos aquellos que aprendieron, soñaron y crecieron a su lado.
Aunque, la realidad es que a pesar de su jubilación María Teresa no tiene intención de dejar las aulas, en ninguno de los sentidos. Nos contaba que espera poder crear un pequeño grupo donde seguir impartiendo clases a través de Cruz Roja o alguna asociación benéfica. Pero también tiene pensado apuntarse a la universidad de la experiencia para continuar estudiando algo que le siga formando en teología, filosofía o arte: «la verdad que me da igual el qué, estoy abierta a lo que esté por venir», afirmaba entusiasta y llena de ganas por comenzar esta nueva etapa, al igual que sus alumnos.
En palabras suyas, con esa ternura que solo tienen los grandes maestros: «Decimos adiós y hay que decir hola. Probablemente, en los distintos caminos que tomaremos, nos vamos a encontrar sin duda. Y si no nos encontramos, os buscaré».
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